domingo, 1 de julio de 2018

Las adicciones y la respuesta del Sistema Nacional “Integrado” de salud.


Literalmente, ignorar la presencia cada vez mayor del fenómeno de la drogadicción en nuestro país, es mirar para el costado.
Esta patología social se asocia sistemáticamente con la delincuencia, con la ocupación de las calles por gente que llega a esos extremos de la mano del consumo, con la deserción juvenil en el sistema educativo, etc.

Frente a esta realidad, que sin lugar a dudas es una emergencia nacional, la respuesta del Sistema Nacional de Salud es por decirlo muy suavemente absolutamente insuficiente.
Si se analiza la oferta de camas para la desintoxicación, la oferta es paupérrima.

Según un artículo del Diario El País, mientras la oferta de algunas ONG es de 2.000 lugares, los organismos estatales ofrecen 238 cupos. El mutualismo ofrece algunas alternativas de internación, pero también son escasas.
Pero entiendo que no basta con mirar la respuesta sólo desde el ángulo de la internación, imprescindible para la desintoxicación.

Es necesario considerar el antes y el después.
El antes es un tema socio cultural que involucra áreas tan dispares como las políticas sociales específicas, lo educativo, lo cultural que incluye los valores familiares y sociales, el sistema de seguridad que permite al narcotráfico dominar espacios sociales y captar para su negocio a jóvenes dependientes.
En ese antes es necesario resaltar que el problema corta la sociedad transversalmente, involucrando a las diferentes clases sociales y hoy los jóvenes de todas ellas están tentados a ingresar a los diferentes consumos y por ende a las diferentes adicciones y como consecuencias a los más variados riesgos.

Todo hace pensar que el antes forma parte sustancial de la gravedad del problema, porque su incapacidad para controlarlo hace que se sigan incorporando adictos.
El después es aún más grave.

Por su ineficiencia y su incapacidad notoria para enfrentarlo desde el tratamiento, muestra un grado mayor de insensibilidad e indiferencia del poder político del sector de la salud y del poder político en general.
Como es el caso de las enfermedades mentales donde el patear para el futuro, le da un descanso a la conciencia y evita su adecuada atención, o como es el caso de la epidemia de suicidios que nos ha situado en un lugar destacado en el contexto mundial y que la inoperancia y la ideología imperante ha hecho que se cerrara la única línea telefónica que daba asistencia a estas personas dispuestas a abandonar la vida por no poder enfrentar sus problemas, el tema de las adicciones parece querer resolverse con algunos titulares, que dejan un enorme vació de asistencia sin resolver.

Cada tanto se anuncia la habilitación de camas especializadas, en hospitales generales, que evidentemente son insuficientes y cuyo único efecto es el de crear la sensación de que los responsables hacen algo.
Se nos dice de la imposición a las prestadoras de servicios de salud de la obligación de atender las enfermedades mentales y entre ellas las adicciones y uno se pregunta varias cosas:

  • Con qué medios inspeccionan el cumplimiento de estas pautas asistenciales, si es notorio que carecen de un cuerpo inspectivo adecuado y suficiente para atender todas las exigencias que implican el ejercicio de la autoridad sanitaria.

  • A quién se le puede ocurrir que en un sistema donde los especialistas deben atender un número importante de pacientes por hora de consulta, se puede atender adecuadamente las necesidades de apoyo terapéutico que un adicto puede tener.

En definitiva todo se reduce a repetir medicación indicada durante la internación y al aporte que hacen los grupos de adictos anónimos que tienen sus particularidades y que no ofrecen mayores garantías de rehabilitación, porque entre otras cosas hay muchas patologías involucradas.

En suma un fracaso más de esta “exitosa reforma de la salud” invocada por la fuerza política gobernante como ejemplo de sus logros tras 13 años de ejercicio absoluto del poder político.



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