Durante un tiempo oímos hablar de
la nueva Ley de Salud Mental como un logro más en el marco del mayor éxito en
materia de políticas sociales, el SNIS. Me refiero a la ley que pretende transformar
la atención de la salud mental en el país.
En primer lugar se olvidaron
decir que en realidad, durante todo el año 1986, se discutió con todos los
actores de la especialidad un Programa Nacional de Salud Mental, que fue
aprobado por el Ministro Nacionalista Raúl Ugarte Artola, pero que no se puso
en práctica por razones presupuestales.
No me lo contaron. Participé de
ese proceso, como Director del Hospital Vilardebo.
Ya en ese entonces desde Italia
venía una onda deshospitalizadora, que en la propia Italia terminó generando un
problema enorme de pacientes mentales en plena calle.
También en esa época se proponía
como muy novedosas, las “casas de medio” camino que ahora estos iluminados
refundadores de la patria, han descubierto como la gran salida. Por esa manía
de refundar e ignorar lo que ya existía, no averiguaron por qué no habían funcionado, entre cuyas razones
estaban los recursos económicos que una alternativa de esa naturaleza
implicaban.
También olvidaron consultar sobre
el éxito de la estrategia deshospitalizadora aplicada en la ciudad de Durazno,
en aquella época, en virtud de la cual prácticamente no había pacientes
crónicos hospitalizados. El secreto radicaba en un equipo integrado por el
psiquiatra de esa ciudad, que contaba con personal de enfermería que recorría
los domicilios de los pacientes que padecían enfermedades mentales, evaluaban
su evolución según un protocolo definido por el especialista, controlaban el
correcto uso de la medicación pero que además contaba con el invalorable
recurso de la contención por parte de los vecinos del barrio entre los cuales el paciente era un ser más que convivía
permanentemente con ellos. Si surgía algún síntoma de descompensación, el
paciente era visto por el especialista, se le ajustaba la medicación y en el peor
de los casos se le internaba en una muy corta estadía hasta que recuperaba su
estado de compensación y volvía a su comunidad.
Para ello qué se precisaba: Un
especialista capaz de trabajar en equipo, con la medicación disponible, con un
equipo trabajando en comunidad, con protocolos adecuados, con una familia que
lo contuviera en su domicilio y con una comunidad continente donde el paciente
funcionara normalmente sin riesgos para él, ni para sus vecinos.
Hoy nos enteramos que el
sindicato del hospital Vilardebo denunció ante la justicia que el sistema de
calefacción del hospital tiene graves riesgos de generar un incendio y las autoridades
resolvieron apagarlo y dejar a los pacientes sin ninguna calefacción, cuando
quienes trabajamos en ese hospital sabemos de las características de las salas,
con techos altísimos, vidrios rotos y un frío casi de intemperie.
Han resuelto cerrar el Vilardebo,
cosa que intentó la dictadura en su última etapa y no pudo hacer y como no les
da la nafta para hacerlo bajo su responsabilidad, han optado por ir cerrando el
grifo hasta que se termine cerrando por si solo.
Lamentablemente me hace acordar a
una estrategia que implementaron también al final de la dictadura con la
Colonia Santín Carlos Rossi donde llevaban a los pacientes en peor estado de
salud y prácticamente se los abandonaba, liberados a su destino.
La salud mental requiere de
grandes reformas, en función de lo que hoy no se hace por ella, de la nueva
realidad donde las drogas están haciendo su daño y las soluciones deben encontrarse entre todos
y no vendiendo leyes impracticables que sólo sirven para hacerle creer a los
incautos que están haciendo algo.