Cuando a alguien le diagnostican la existencia de 3 tumores
malignos, recibe un golpe tan duro como inesperado.
Puede caer abatido ante la magnitud de la noticia o
reaccionar buscando las formas de enfrentarlos.
Cuando hace esta segunda opción, pretende que la ciencia y
la tecnología se pongan de su lado para ayudarlo a lograr ese objetivo, en el
que sin dudas le va la vida.
Debe someterse a tratamientos, unas veces invasivos y otras
no, pero en general difíciles de sobrellevar.
Sólo quienes lo pasan saben los costos que esta batalla
tiene para el paciente. Es el momento para enfrentarse ineludiblemente con una
realidad asistencial que presenta innumerables momentos de NO CALIDAD, propios
de una cultura en la que frecuentemente el foco está en cualquier lado menos en
el paciente.
La secuencia de intervenciones genera un desgaste físico y
síquico del que se demora tiempo en recuperarse.
En estos casos se sabe que la posibilidad de volver a
enfrentarse con el enemigo está siempre presente y que la única alternativa es
estar siempre alerta y tratar de no dejarlo avanzar sin saber de su presencia. Se
debe tratar de diagnosticarlo, lo más precozmente posible. Para ello los
controles frecuentes por parte de los especialistas son indispensables.
Lo complicado resulta, cuando después de 5 meses de pensar
que los 3 tumores habían sido extirpados, el paciente se encuentra, por uno de
los estudios de control, que lamentablemente uno de ellos aún está en el mismo
lugar y no había sido incluido en la cirugía realizada.
En este juego que es la vida, debe retroceder varios
casilleros y volver a empezar. Prepararse nuevamente para enfrentar
ineludiblemente los malos momentos ya pasados, tratando de hacer de la experiencia
una fuente de inspiración para evitar lo evitable y juntando toda la capacidad
personal, con el apoyo familiar, para volver a superarlos.
Es muy claro que si el paciente no hubiera sido alguien
conocedor del tema, si no hubiera tenido la maldita obsesión de fotocopiar cada
una de las páginas de la Historia Clínica y cada uno de los informes, le
hubieran dicho que infelizmente había recidivado el carcinoma y que se trataba
de una lesión nueva, cuando es la misma que fue diagnosticada hace 6 meses.
Como en toda actividad humana, la posibilidad de cometer un error
siempre está presente y su presencia no debería ser una barrera para que se
hicieran las cosas de la mejor manera posible.
En la enorme mayoría de los casos los errores se resuelven
con más trabajo, con más dinero, con más atención.
El tema es cuando los errores se cometen en un área tan
sensible como el de la salud, porque sus consecuencias pueden ser fatales o
dejar secuelas con las que alguien debe continuar su vida.
En este caso estamos, sin lugar a dudas, frente a lo que se
llama “mala praxis”, que indiscutiblemente tiene métodos para evitarse. Me refiero concretamente a la protocolización de los actos
médicos.
Hace más de 30 años se resolvió, en la entonces Dirección
General de la Seguridad Social, implementar protocolos de atención para
embarazadas y recién nacidos, creando el Programa de Alto Riesgo, en el que se
definían los factores de riesgo que hacían prever complicaciones durante el
curso de la gestación o durante los primeros meses de vida. Cada vez que
aparecía un factor de riesgo, estaban definidos los procedimientos a seguir,
tratando que su cumplimiento mejorara los resultados sanitarios de las
beneficiarias del Servicio y de sus hijos. Así fue.
Es muy probable que la embarazada de Paso de los Toros,
fallecida por mala praxis, se hubiera beneficiado de estos protocolos y su
muerte podría haberse evitado.
Cuando se habla de CALIDAD en los Servicios de Salud, la
implantación de sus normas implica la protocolización de todos los actos
vinculados a la ejecución de los servicios.
Creo que debería ser un aporte valiosísimo de las Sociedades
Científicas, definir con claridad esos protocolos de intervención, tratando de
que no quede nada librado al azar o a la decisión personal del técnico
actuante.
Puede haber alternativas, pero cada una de ellas debe tener un
protocolo definido.
No se puede diagnosticar un tumor, por ejemplo, sin marcarlo
adecuadamente para que quien deba extirparlo sepa exactamente donde está y
tenga la seguridad de haberlo extirpado.
No se puede ejecutar determinada técnica si no se cuenta con
todo el equipamiento necesario para realizarla en las mejores condiciones.
En fin si reducimos los riesgos evitaremos, en muy buena
medida, la mala praxis y los resultados serán mucho mejores.
Profesionales, técnicos e instituciones son responsables por
las consecuencias de una mala praxis y todos, sin exclusiones y sin trasladar
la responsabilidad a terceros, deben involucrarse seriamente para que estos
hechos sucedan cada vez menos.
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